La teoría nos confirma que hay que trabajar para vivir, sin embargo en la práctica suele ocurrir precisamente lo contrario, y es que uno vive para trabajar.
Al menos esa es la sensación que le queda al ser humano con el paso de los años. Un día de pronto se despierta, como cada día para ir al trabajo, y hace un pequeño ejercicio de automeditación en el que analiza lo que está siendo su vida hasta ese momento. Es entonces cuando uno se pregunta, – ¿Esto es todo?, ¿Qué ha sido los sueños que un día se presentaban y conformaban un excelente futuro, lleno de éxito y buena vida…? Lo cierto es que uno no es que se ha hecho viejo para continuar con sus sueños, sino que simplemente ha perdido fuerza.
Lo único que queda es ir a trabajar con cierta resignación pero ya sin la esperanza de conseguir una mejor calidad en la vida laboral, y por consiguiente una mayor calidad de vida en todos los sentidos.
La verdad es que todos queremos trabajar para vivir, sin embargo muy pocos son los que no viven para trabajar (o al menos los que yo conozco). Imagino que habrá cientos de miles de personas que por circunstancias de sus vidas pueden permitirse el lujo de trabajar en escasos momento y hacerlo de manera muy relajada, o sencillamente no trabajar u ocupar algún alto cargo que simplemente requiera su presencia en el desempeño de su cargo.
Estoy pensando que de hecho, si todos y cada uno de nosotros pudiéramos dejar de trabajar por el resto de nuestra vida sería algo a lo que nadie podría negarse, aunque sería inviable para una sociedad cooperativa en la que vivimos, pero de seguro muy beneficioso para el que no trabaja puesto que puede dedicar su tiempo en lo que realmente le gusta.
Pero seamos justos y tampoco nos vayamos al otros extremo. Es cierto que hay que trabajar claro, pero con mesura. El problema muchas veces es que aunque el trabajador haga el esfuerzo por trabajar tan sólo lo necesario, vendrá un encargado o un superior y le pedirá amablemente que venga a trabajar el fin de semana.
Por tanto, la conclusión a la que podemos llegar es a la siguiente, y es que el trabajo es necesario tanto para el beneficio personal como para el conjunto de la sociedad, sin embargo un exceso de trabajo al final tan sólo beneficia al empresario, pero nunca al propio trabajador.